EDITORIAL – Por Juan Manuel Rossi
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“Las cooperativas construyen un futuro mejor para todas las personas” es el tema con el cual entidades de todo el mundo se disponen a celebrar el Día Internacional de las Cooperativas (#CoopsDay), el próximo sábado 6 de julio. Y como recomienda la Alianza Cooperativa Internacional (ACI): “Este día debe servir para tomar impulso y partir con buen pie hacia 2025, que la ONU declaró el Año Internacional de las Cooperativas”.
La Resolución 76/135 aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en diciembre de 2021 destacó el rol de las cooperativas en la implementación de la Agenda 2030: “Acogiendo con beneplácito los esfuerzos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura por dar a conocer el papel de las cooperativas agrícolas, incluso para mejorar la seguridad alimentaria y la nutrición, particularmente en las zonas rurales, fomentar las prácticas agrícolas sostenibles, mejorar la productividad de los agricultores y facilitar el acceso a los mercados, el ahorro, el crédito, los seguros y la tecnología”.
En el Informe del Secretario General de Naciones Unidas de julio de 2023: “Las cooperativas en el desarrollo social”; se declara que: “Por sus valores y sus principios, las cooperativas son directamente relevantes para el desarrollo sostenible, y así lo ha reconocido la Asamblea General en sus sucesivas resoluciones sobre las cooperativas en el desarrollo social”.
Según el Informe: “Hay unos tres millones de cooperativas repartidas por el mundo. Un 10 % de los trabajadores son empleados o socios de una cooperativa. Las 300 mayores cooperativas del mundo generan ingresos que superan los 2,1 billones de dólares, al tiempo que proporcionan muchos bienes y servicios esenciales. En numerosos países, la contribución de las cooperativas a las economías nacionales es notable, porque subsanan los fallos del mercado, empoderan a las personas marginadas, crean oportunidades de empleo y fomentan el desarrollo sostenible”.
Y agrega: “El ecosistema empresarial cooperativista contempla, entre otras, actuaciones en el entorno político y regulador, la educación y el desarrollo de capacidades, la cultura cooperativista, la financiación y la creación de redes y asociaciones. Los gobiernos son los principales responsables de formular las políticas y reglamentos relativos a las cooperativas, en consulta con estas y las organizaciones que las representan”.
En la “Cumbre del Futuro” de las Naciones Unidas que tendrá lugar en la ciudad de Nueva York del 22 al 23 de septiembre de 2024 -bajo el lema “Soluciones multilaterales para un mañana mejor”, las cooperativas podrán reafirmar su rol histórico en la construcción de un futuro sostenible y su importancia para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030.
Los entornos cooperativos, con su rasgo distintivo que le otorga la gestión democrática y la propiedad compartida, mantienen vigentes y cada vez más necesarios sus valores y principios, para el cumplimiento de los ODS, con paz, estabilidad, igualdad, equidad, justicia e inclusión. Sin embargo nos detendremos en la siguiente aseveración del informe: “Pese a las enormes contribuciones que pueden hacer y al hecho de que los Estados Miembros las consideran aliadas fundamentales para lograr el desarrollo sostenible, las cooperativas siguen teniendo un papel relativamente pequeño”.
Repasemos.
Las cooperativas modernas –en el siglo XIX- se expandieron por Europa primero y luego por todo el mundo, como respuesta al orden excluyente que desplazó trabajadores a manos de la automatización devenida de la maquina vapor, inventada en la segunda mitad del siglo XVIII.
Antes de finalizar esa centuria, en 1895, ya se había fundado la Alianza Cooperativa Internacional, instituyendo un movimiento universal, que hoy reúne más de 305 organizaciones de 103 países miembros, de todos los sectores de la economía: agricultura, banca, consumo, pesca, salud, vivienda, seguros, e industria y servicios.
Al asomar el siglo XX el modelo taylorista-fordista va acompañado de formaciones sociales que, desde sindicatos hasta cooperativas se fueron adaptando activamente, constituyendo un poder de negociación e intermediación que morigeraba los desequilibrios propios del sistema, a la vez que lo preservaba de su destrucción.
Así transcurrió la Gran Depresión del ’29 y la instauración del Estado de Bienestar que salvó al capitalismo de una debacle de proporciones globales, proceso en el cual las cooperativas fueron protagonistas en todas las ramas de la economía, la producción y los servicios, muchas veces, cubriendo necesidades humanas en donde el Estado no llegaba.
En esos tiempos hubo todo tipo de conflictos, injusticias y desigualdades, pero en la discusión pública no preponderaban los cuestionamientos ni a la ayuda mutua ni al bien común. Ni a la solidaridad ni a la justicia social. Ni siquiera las guerras modificaban la noción del derecho de las personas a realizarse en comunidad.
Hasta que en el último cuarto de siglo, y a la par de cambios científico-tecnológicos, irrumpe una nueva hegemonía cultural que acelera el consumismo y naturaliza el tecno-individualismo, en una jungla post-civilizatoria del “sálvese quien pueda”. Esta época extinguió muchas cooperativas, y sobre todo, oscureció significaciones fundacionales. La atinada y exitosa reacción de la ACI fue la Declaración de Identidad y la reformulación de los Valores y Principios cooperativos, adecuados a su tiempo pero sin perder su esencia original.
El capitalismo financiarizado había dañado materialmente al cooperativismo, aunque el enemigo letal era el nuevo sentido común asociado a esa transformación, que había trastocado la subjetividad y el ánimo asociativo de la sociedad. Lo que hacía mucho más difícil la construcción del sentido “de lo” común.
Allí, una vez más el acervo cooperativista resistente, responde en diversos rubros, siendo el de trabajo el más significativo. Efectivamente, en Argentina se instala como herramienta de conservación de las fuentes de trabajo ante el cierre masivo de empresas. Las cooperativas de trabajo se ubican como un actor importante tanto en frenar la destrucción de empleo como en la constitución de nuevas cooperativas que sirven de plataforma laboral a masas de desocupados y marginados por el sistema que privilegia la especulación financiera por sobre la producción.
El resto de las ramas de actividad cooperativa siguió un camino resiliente. El agropecuario se resiente pero persiste en cuantiosos pueblos y regiones. Y hasta se amplía en actividades relacionadas al cultivo, elaboración y comercialización de alimentos de consumo humano. Hasta aquí llegamos, percibiendo la vivencia de un momento crucial, de esos que la historia demanda coraje y determinación.
Ahora la automatización viene desde el mundo digital y sus algoritmos. De la mano de la Inteligencia Artificial y la robótica. Un mundo donde la verdad es artificial. La ética y la belleza también. Que no es una simple sustitución del hombre por la máquina. Que no se reduce a la automatización de los mercados financieros. Es la automatización de la conciencia, la sensibilidad y el comportamiento de la persona humana. Que cambia el sentido mismo de la existencia.
En territorios dominados por paquetes tecnológicos y grandes monopolios, la biotecnología y la agricultura digital vienen revolucionando las prácticas agropecuarias y la producción de alimentos; la comercialización y su distribución. El Big Data y la Minería de Datos aplicados en Inteligencia Artificial, son apropiados por corporaciones integradas en activos múltiples. Avanzan desde la mecanización de labores a través de drones y robots hasta el reconocimiento facial para el ganado o la dosificación automatizada de su alimentación. Controlan desde la semilla hasta el transporte, desde la maquinaria hasta la venta minorista de alimentos.
Gigantes conglomerados transnacionales que controlan el negocio agroindustrial y alimentario se reconvierten en empresas digitales desplazando a empresas locales. Fondos de inversión direccionan excedentes de la especulación financiera a la actividad agropecuaria desterrando a pequeños y medianos productores. Máquinas “inteligentes” ejercen el laboreo, toman decisiones y reemplazan el trabajo y conocimiento humano.
En tanto el derecho al alimento es reemplazado por su valor como mercancía, la vida humana también. Seguramente los habitantes de este planeta no nos quedaremos con los brazos cruzados. A pesar de los ultra adaptativos transhumanistas. Claro está que para construir un mundo humano es necesario contar con un Estado humanista. Es decir, orientado a las necesidades de las personas en vez de regular a favor de los monopolios dueños y amos (por ahora) de máquinas y almas de artificio.
Pero además de arrojo es necesario contar con experiencias, ideas y propuestas. Los cooperativistas las poseemos. El sujeto social es la persona humana, no la empresa transnacional. El sujeto productivo son los productores y los trabajadores, no las máquinas. Y la organización natural es la cooperativa, no los pools de siembra.
El soporte ideológico de tan destructivas innovaciones se remonta al siglo XVIII, cuando ni siquiera estaba operativa la máquina a vapor. Si nos retrotraen a ideas previas a la primera Revolución Industrial es porque quieren prepararnos para una reprimarización de la economía. Sin industrias, con escaso agregado de valor y por lo tanto sin desarrollo ni empleo, sin arraigo ni equilibrio demográfico, sin derechos ni comunidad.
¿A quiénes venderán su producción? ¿A otros robots? Las cooperativas son empresas centradas en las personas, gestionadas por productores, usuarios o trabajadores. Si existe futuro será nuestro, con cooperación, desarrollo y trabajo.
Precisamente, hemos de concebir una nueva generación de cooperativas. De objetivos comunes y actores múltiples. Que integre en su composición y funcionalidad a productores y trabajadores, que junto a usuarios y consumidores sean los verdaderos destinatarios, beneficiarios, principio y fin, sujeto y propósito de una humana organización de la sociedad.